Hoy
desperté con la idea de un homenaje a los padres, a todos los que están y
también a los que no. A los que partieron recientemente o hace muchos años,
como mi padre, porque ellos siempre están presentes, cada día de nuestras vidas,
porque los hijos somos parte de esa esencia que nuestro padre puso en cada uno
y que nos hace únicos e irrepetibles, y a la vez, parecidos, en algo, poco o
mucho, a nuestros hermanos, para quienes los tenemos. Esa esencia compartida,
en la cual nos reconocemos, es la partecita que cada padre puso en nosotros.
En
mi caso, si bien no tuve una gran relación con el mío porque fui muy rebelde y
me rebelé contra todo lo que él me había impuesto, lo extraño muchísimo, y me
hace falta cada día de mi vida.
Su educación
fue sumamente estricta. No nos dejaba pasar una, como dirían ahora. Si bien no
estaba la mayor parte del día, como tantos de esa generación, en la cual, en su
mayoría, trabajaban solo los padres, sabíamos que cuando venía, si mamá le
contaba algo que hicimos mal, sería muy vergonzoso para nosotros. Temíamos a
una reacción que nunca existió. En realidad, quien nos ponía más límites era
nuestra madre, pero también los ponía con el aviso, que por lo que luego leí, a
muchos hijos de mi generación les pasaba igual “cuando venga tu padre, le
contaré”, ¡era terrible eso! No sé a qué le temíamos, porque en mi caso, papá
jamás nos levantó la mano, jamás nos castigó, y le teníamos un respeto que solo
imponía con su gesto adusto, reconcentrado en su diario que leía siempre de
punta a punta, y más que nada en ese sentido del deber, de que había que hacer
lo correcto siempre, como algo tácito, que se desprendía de su persona.
Como
hija, creo que fui la que le dio más trabajo, lo hice preocupar, sin quererlo
obviamente, simplemente porque me volví rebelde, para crecer, y luego me dí mil
veces la cabeza contra la pared, solo porque era parte de mi crecimiento
seguramente, como a muchos les habrá pasado. Si hubiera sabido, si me hubiera
dado cuenta de cuanto lo habré hecho sufrir, tal vez no hubiese hecho nada.
Creo que él, a pesar de haber sufrido seguramente mucho por lo que yo hacía,
entendió sin saberlo o sin proponérselo, que yo debía crecer, y que él debía
permitir que así fuera, aunque le costara mucho.
Tenía
mucha carga sobre sus hombros, como muchos hombres de su generación, que no
permitían que sus esposas trabajaran porque querían que educaran a sus hijos,
delegaban toda esa responsabilidad en su mujer porque la veían más capacitada
para ello y ellos se cargaban la mochila de trabajar todo el día para proveer lo
mejor a su familia.
Mi padre salía muy temprano de casa, se
levantaba a las 5 am, eso lo recuerdo siempre y volvía alrededor de las 21.00
para que podamos cenar en familia todos.
En ese momento todo lo veíamos como normal, pero yo siempre me daba cuenta de que trabajaba mucho y se esforzaba demasiado y de que era demasiado el tiempo que trabajaba, solo para darnos una excelente educación y una tranquilidad económica en general.
Mi
padre era muy humilde en su forma de ser. Se decía a sí mismo “comerciante” y
era en realidad un empresario, que manejaba una fábrica, y sufría a diario los
embates de la política de turno que finalmente en su vejez logró que su empresa
que le costó tanta vida, quebrara y no quedara ni un céntimo de lo que tanto le
llevó lograr. Cosa que a muchos argentinos les habrá pasado. Algo que ha sido y
es, moneda corriente en este país. Todo esto, lo de los embates de la política,
y su lucha cotidiana y renegar contra los políticos constantemente, lo entendí
ya de grande, porque en nuestro querido país, todo ha sido siempre igual… lamentablemente.
De
adolescente lo enfrenté mucho y muy duramente. Le reproché cosas, y nos
peleábamos fuertemente, dentro de los parámetros que en casa existían, nada de
gritos, solo palabras que encerraban cosas fuertes, nada más, sin demasiados exabruptos,
pero fueron momentos duros para él con certeza. Yo hacía lo que en ese momento
mi exaltación adolescente o juvenil me dictaba en pos de esa libertad que tanto
anhelaba y que luego me llevó a alejarme tanto de él. Sin embargo, si bien me
alejé físicamente, sus enseñanzas, muchas por la educación formal que me
brindó, otras por las tácitas, aquellas que día a día observaba en su
comportamiento, fueron formando en mí eso que me acompañó siempre y que fue mi
esencia: una persona de bien, que trabaja y trabajó muchísimo durante toda su
vida, y que lo hizo con honestidad y responsabilidad, tanto como él lo hizo.
Sin
embargo, mi padre nunca me felicitó, porque siempre tenía algo para criticarme
o algo duro para decirme. Creo que no logré llegar a demostrarle que sus
enseñanzas no habían caído en saco roto.
Por
eso cada año, en un intento de que le llegue adonde está ahora, externalizo lo
mucho que le agradezco eso que él plasmó en mi ser, ese ejemplo que a la vez él
tomó de su padre, mi abuelo, un tano venido del sur de Italia, con esa mirada
bondadosa en un rostro de rasgos duros, hechos de una vida de trabajo
incansable, como la de tantos inmigrantes que nuestro país ha recibido.
Gracias
papá, gracias, gracias, gracias. Besos y abrazos al Cielo.
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