LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS
cap- V-
Y su dolor no remitía. Finalmente dio a luz a otro niño, y fue grande la alegría del padre, que exclamaba: «¡Un varón!»
Aquel día sólo él sintió ese júbilo.
La madre, postrada y abatida, estaba pálida y exánime... Lanzó de repente un grito de angustia, pensando en el ausente, no en el recién nacido...
«¡ Yace mi niño en la tumba y no estoy a su lado!»
Oye de nuevo la amada voz del difunto en boca del bebé que ahora tiene en sus brazos:
«Soy yo, ¡pero no lo digas!», susurra mirándola a los ojos.
VICTOR HUGO
Pedro era un joven mexicano extraordinariamente guapo, mucho más agradable de lo que me pareció en un primer momento. Tenía el cabello castaño y unos hermosos ojos azules que adquirían un tono verdoso según el día. Su encanto y su facilidad de palabra ocultaban el dolor que sentía por la muerte de su hermano, que había perdido la vida diez meses antes en un trágico accidente de coche en la ciudad de México.
Muchas de las personas que acuden a mi consulta sienten una profunda aflicción y necesitan entender el porqué de la muerte. En algunos casos también vienen a visitarse porque desean volver a encontrarse con sus seres amados que han fallecido. Este encuentro puede tener lugar en una vida anterior y puede producirse durante el estado espiritual que hay entre una vida y otra. La reunión también puede celebrarse en un contexto místico, más allá de los confines del cuerpo y la geografía físicos.
Tanto si los encuentros espirituales son reales como si no, el paciente experimenta intensamente el gran poder que poseen, y su vida cambia.
La precisión y el detalle con que se recuerdan las vidas pasadas no es un logro 'voluntario. El paciente que evoca las imágenes no lo hace simplemente porque necesite hacerla o porque gracias a ellas vaya a sentirse mejor. Lo que recuerda es lo que ha ocurrido.
La precisión de los datos, la intensidad de las emociones que afloran, la resolución de los síntomas clínicos y el poder de transformar la vida que tienen los recuerdos, determinan la realidad. de lo que se recuerda.
Lo que más me llamó la atención del caso de Pedro fueron los diez meses que habían transcurrido desde la muerte de su hermano. En ese tiempo, normalmente una persona puede sobreponerse de un duro golpe. Aquella larga época de aflicción indicaba que en su caso había una desesperación subyacente más profunda.
Su tristeza no sólo se debía a la muerte de su hermano. En las sesiones posteriores averigüé que Pedro había perdido a seres queridos en muchas otras vidas pasadas y que era especialmente sensible a la pérdida de un ser amado. La repentina muerte de su hermano despertó en los recovecos más remotos de su inconsciente el recuerdo de otras pérdidas todavía más dolorosas y más trágicas que se habían producido milenios atrás.
Según algunas teorías psiquiátricas, cada vez que experimentamos una pérdida, se avivan sentimientos reprimidos u olvidados y recuerdos de muertes pasadas. Nuestra aflicción es mayor debido al dolor acumulado de pérdidas anteriores.
En mis investigaciones sobre vidas pasadas fui descubriendo que hay que ampliar el escenario de estas pérdidas. No basta con regresar a nuestra infancia. Debemos incluir las pérdidas sufridas en tiempos más remotos, en vidas anteriores. Algunas de nuestras pérdidas más trágicas y de nuestras mayores desgracias se produjeron con anterioridad a nuestro nacimiento.
Antes de seguir adelante tenía que reunir más datos sobre la historia de Pedro. Era necesario que conociera los hechos más importantes de su vida para encarar las futuras sesiones.
-Háblame de ti -le pedí-, de tu infancia, tu familia y todo lo que creas importante. Cuéntame todo lo que creas que debo saber de ti.
Pedro suspiró profundamente y se arrellanó en el mullido sillón. Se aflojó el nudo de la corbata y se desabrochó el botón del cuello de la camisa. A juzgar por su lenguaje corporal, aquello no le iba a resultar fácil.
Provenía de una familia adinerada y políticamente influyente. Su padre era el propietario de una gran empresa y de varias fábricas. Vivían en una fastuosa casa de una zona residencial en las colinas de las afueras de la ciudad.
Pedro se había educado en los mejores colegios privados. Estudió inglés desde pequeño, y después de vivir en Miami varios años, lo hablaba a la perfección. Era el menor de tres hermanos. Se mostraba muy protector con su hermana a pesar de que ella le llevaba cuatro años. Su hermano era dos años mayor que él y estaban muy unidos.
Su padre trabajaba mucho y normalmente no llegaba a casa hasta entrada la noche. Su madre, las niñeras y las criadas se ocupaban de la casa y del cuidado de los niños.
Pedro estudió empresariales en la universidad. Tuvo varias novias, pero no formalizó relaciones con ninguna de ellas. .
-Creo que a mi madre nunca le gustaron demasiado las chicas que salían conmigo -me contó-. Siempre veía en ellas un defecto u otro y no cesaba de recordármelo.
En aquel momento Pedro empezó a mirar a su alrededor con un aire de incomodidad.
-¿ Qué te ocurre? -le pregunté.
Tragó saliva varias veces antes de empezar a hablar.
-Durante el último año en la universidad tuve relaciones con una mujer mayor... -me dijo despacio-. Era mayor que yo... y estaba casada.
Pedro se calló.
-Está bien -respondí al cabo de unos momentos, más que nada para llenar el silencio. Percibía su tensión y, a pesar de tantos años de experiencia, aquel sentimiento seguía resultándome desagradable.
-¿ Lo sabía su marido? -le pregunté.
-No -contestó-, no sabía nada.
-Podría haber sido peor -señalé, diciendo una obviedad para intentar reconfortarle.
-Pero todavía no he acabado -añadió en un tono que presagiaba algo terrible.
Yo asentí con la cabeza para darle pie a que continuara.
-La dejé embarazada... y ella abortó. Mis padres no saben nada de todo esto -dijo bajando la vista.
Años después, todavía se sentía culpable y avergonzado.
-Entiendo -dije-. ¿Me dejas que te explique lo que he aprendido sobre el aborto? .
Asintió con la cabeza. Él sabía que yo era especialista en el campo de la hipnosis y de las vidas pasadas.
-Una interrupción del embarazo o un aborto natural suele estar relacionado con el pacto que se establece entre la madre y el alma que va a entrar en el bebé. El cuerpo del bebé carecía de la salud suficiente para llevar a cabo su tarea en la vida que le esperaba -continué-, o aquel no era el momento oportuno para sus objetivos, o la situación externa había cambiado, en este caso debido a la desaparición del padre en el momento en que los planes del bebé o de la madre necesitaban la figura paterna. ¿ Comprendes?
-Sí -asintió, pero no parecía muy convencido.
Yo sabía que su estricta educación católica acentuaba su sentimiento de culpabilidad y su vergüenza. A veces nuestras creencias fijas son un obstáculo para la adquisición de nuevos conocimientos.
Volví a lo fundamental.
-Te hablaré sólo de mi propia experiencia como investigador y terapeuta -le expliqué-, y no de lo que he leído o de lo que otros me han contado. Se trata de la información que me transmiten mis pacientes cuando están profundamente hipnotizados. A veces las palabras son suyas, y en otros casos por lo visto provienen de una fuente superior.
Pedro asintió de nuevo sin decir palabra. -Mis pacientes explican que el alma no entra en el cuerpo enseguida. Aproximadamente durante la concepción, el alma reserva el cuerpo. Entonces, ninguna otra alma puede disponer de ese cuerpo. El alma que ha reservado el cuerpo de un determinado bebé puede entrar y salir de él cuando lo desee. N o está confinada. Es algo parecido a estar en coma -añadí.
Pedro movía la cabeza en señal de haber entendido mis palabras. Seguía sin hablar, pero me escuchaba atentamente.
-Durante el embarazo, el alma se va uniendo gradualmente al cuerpo del bebé -continué-, pero la unión no es completa hasta que se acerca el nacimiento. Puede producirse un poco antes, durante el parto o nada más nacer.
Para ilustrar este concepto junté mis manos desde la base de las palmas y las separé formando un ángulo de noventa grados. Poco a poco las fui cerrando hasta que se unieron las dos palmas y los dedos simbolizando el gesto universal de la oración y mostrando el vínculo gradual que se produce entre el alma y el cuerpo.
-Un alma no puede ser nunca dañada ni tampoco se la puede matar -dije-. El alma es inmortal e indestructible. Siempre encontrará un camino de regreso si así ha sido dispuesto.
-¿ Qué quieres decir? -preguntó Pedro.
-Me he topado con casos en que la misma alma, después de un aborto, provocado o espontáneo, regresa a los mismos padres en el siguiente bebé que procrean.
-¡Increíble! -respondió Pedro.
Su rostro se iluminó, mientras su sentimiento de culpabilidad y su vergüenza se iban desvaneciendo.
-Nunca se sabe -añadí.
Tras unos segundos de reflexión, Pedro suspiró y cruzó las piernas mientras se ajustaba los pantalones. Volvimos a la primera parte de la sesión.
-¿ Qué pasó después de aquello? -le pregunté.
-Después de licenciarme volví a casa. Al principio trabajé en las fábricas de mi padre y aprendí cómo funcionaba el negocio. Más adelante vine a Miami para dirigir la sucursal de aquí y ocuparme de las exportaciones. Desde entonces vivo aquí -explicó.
-¿ Cómo va el negocio? -le pregunté. -Muy bien, pero tengo que dedicarle demasiado tiempo.
-¿Eso es un gran problema?
-Perjudica mi vida amorosa -dijo Pedro esbozando una media sonrisa.
No bromeaba del todo. Tenía veintinueve años y sentía que se le estaba escapando el momento de encontrar el amor, casarse y crear una familia. Se le estaba escapando y no había" nada en perspectiva.
-¿Te relacionas con mujeres actualmente? -Sí -contestó-, pero no hay nada especial.
No me enamoro... espero que me ocurra algún día -añadió con cierta preocupación en su voz-, Dentro de poco tendré que regresar a México y quedarme a vivir allí -dijo pensativo-, para ocuparme de los asuntos de mi hermano. Tal vez allá conozca a alguna mujer -añadió sin demasiada convicción.
Me pregunté si el hecho de que su madre siempre criticara a sus novias y la experiencia con aquella mujer casada que decidió abortar eran lo que bloqueaba psicológicamente a Pedro a la hora de establecer una relación amorosa. Pensé que lo mejor era dejar estas cuestiones para más tarde.
-¿Cómo está tu familia en México? -pregunté para aligerar el ambiente al tiempo que seguía recogiendo información.
-Están bien. Mi padre tiene más de setenta años y mi hermano y yo... -Pedro se detuvo bruscamente, tragó saliva e hizo una profunda inspiración antes de proseguir-: En fin, ahora tengo más responsabilidad en el negocio -concluyó en voz baja-. Mi madre también está bien.
Hizo una pausa antes de rectificar lo que había dicho:
-Pero ninguno de los dos ha asumido la muerte de mi hermano. Les ha dejado destrozados. Han envejecido mucho.
-¿Y tu hermana?-
-Está muy triste, pero tiene a su marido y a sus hijos -me explicó.
Asentí con la cabeza en señal de haberle entendido: su hermana disponía de más recursos para combatir el dolor que él.
Pedro tenía una salud de hierro. Solamente sentía un dolor esporádico en el cuello y en el hombro izquierdo. Esta molestia le incomodaba desde hacía mucho tiempo, pero los médicos nunca le encontraron nada fuera de lo normal.
-Me he acostumbrado a vivir con ello –me dijo.
Al pensar en el tiempo que quedaba consulté el reloj y vi que ya habían pasado veinte minutos de la hora. Normalmente mi alarma interna no falla. «La dramática historia de Pedro debe de haberme absorbido por completo», me dije, sin saber que me esperaban dramas mucho más impactantes que no habían hecho más que empezar a revelarse.
Thich Nhat Hanh, un filósofo y monje budista vietnamita, escribe sobre cómo disfrutar de una buena taza de té. Debemos estar completamente atentos al presente para disfrutar de una taza de té. Sólo siendo conscientes del presente nuestras manos sentirán el calor de la taza. Sólo en el presente aspiraremos el aroma del té, saborearemos su dulzura, y llegaremos a apreciar su exquisitez. Si estamos obsesionados por el pasado o preocupados por el futuro, dejaremos escapar la oportunidad de disfrutar de una buena taza de té. Cuando miremos el interior de la taza, su contenido ya habrá desaparecido.
Con la vida ocurre lo mismo. Si no vivimos plenamente el presente, en un abrir y cerrar de ojos la vida se nos habrá escapado. Habremos perdido sus sensaciones, su aroma, su exquisitez y su belleza, y sentiremos que ha transcurrido a toda velocidad.
El pasado ya ha pasado. Aprendamos de él y dejémoslo atrás. El futuro ni tan siquiera ha llegado. Hagamos planes para el futuro, pero no perdamos el tiempo preocupándonos por él. Preocuparse no sirve para nada. Cuando dejemos de pensar en lo que ya ha ocurrido, cuando dejemos de preocupamos por lo que todavía no ha pasado, estaremos en el presente. Sólo entonces empezamos a experimentar la alegría de vivir.
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