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Desde el año 2002 me dedico a la temática espiritual y a escribir sobre estos temas y también de autoayuda y superación personal. He publicado hasta el momento 9 libros: Camino Hacia la Luz, I- Cuentos de Cristal Los Ángeles te hablan: Escúchalos I Los Ángeles te hablan: Escúchalos II Vidas Pasadas- Tiempo Presente Mauricio Macri, El Elegido Cristal-Índigos, la Esencia del Cambio Reiki, Amor y Luz Ángeles en tu vida Mi vida está dedicada desde el año 2002 a temas como la Numerología, la Reencarnación el contacto con los Ángeles, habiendo plasmado mucho de estas prácticas y conocimientos en los libros publicados. Paralelamente y durante todos estos años he estado también escribiendo, corrigiendo libros y traduciendo, (actualmente estoy abocada a la traducción de uno de mis libros al francés) Tengo mi página totalmente traducida al francés, la cual pueden ver en: marianel.unblog.fr Soy Investigadora y estudiosa de la Reencarnación y a raíz de ello he creado el estudio de Vidas Pasadas sin regresión®. También la numerología ha marcado los inicios de mi carrera profesional y he creado el Estudio Numerológico que realizo desde el año 1995

LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS 4

VIDA ANTES DE LA VIDA




LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS
cap- IV-
 
De modo que la idea de la reencarnación explica de forma muy reconfortante la rea­lidad, permitiendo con ello que el pensa­miento hindú venza aquellas dificultades que dejan paralizados a los pensadores eu­ropeos.
ALBERT SCHWEITZER

La primera vez que Elizabeth experimentó una regresión fue una semana después. No me costó provocarle un estado hipnótico mediante el rápido método de inducción cuyo objetivo es evitar los bloqueos y las barreras de la mente consciente.
La hipnosis es un estado de gran concentra­ción, pero el ego, la mente, tienen la capacidad de interferir en esta concentración con pensamien­tos perturbadores. Mediante la rápida técnica de inducción, logré que Elizabeth entrara en un es­tado de hipnosis profunda en un minuto.
Le había dado una cinta magnetofónica de re­lajación para que la escuchara durante la semana anterior al inicio de estas sesiones. La había gra­bado para ayudar a mis pacientes a practicar las técnicas de auto hipnosis. Me di cuenta de que cuanto más ensayaban en casa, más profundo era el estado al que llegaban en mi consulta. Esta cinta les ayuda a relajarse y muy a menudo tam­bién a dormirse.  
Cuando llegó a casa, Elizabeth intentó escu­charla, pero no conseguía relajarse. Estaba de­masiado ansiosa. ¿ Y si pasaba algo? Ella tenía miedo, porque estaba sola y nadie podría ayu­darla.
Su mente la "protegía» dejando que la inunda­ran pensamientos cotidianos para distraer así su atención de la cinta de relajación. El nerviosismo y los pensamientos le impedían concentrarse.
Cuando me explicó lo que le había pasado, decidí llevar a la práctica otro método de hipno­sis más rápido con el fin de superar los obstácu­los y temores que bloqueaban su mente.
El método más utilizado para provocar un trance hipnótico se llama «relajación progresi­va». En primer lugar hay que conseguir que el paciente respire lentamente. A continuación el terapeuta le suscita un estado de relajación indi­cándole con suavidad que distienda los músculos poco a poco. Después le pide que intente visuali­zar imágenes agradables y relajantes. Mediante técnicas como la de contar hacia atrás, el tera­peuta ayuda al paciente a llegar a un estado de re­lajación todavía más profundo.
En ese momento, el paciente está en un trance hipnótico entre ligero y moderado, y el terapeu­ta puede intensificado si lo desea. El proceso en­tero dura unos quince minutos.
Sin embargo, durante este cuarto de hora, es posible que la mente del paciente piense, analice o delibere en lugar de dejarse llevar por la suges­tión. En ese caso, se interrumpe el proceso hip­nótico,
Los contables y otras personas cuyas profe­siones les obligan a pensar de un modo lógico, li­neal y muy racional, suelen dejar que su mente interrumpa el proceso. Aunque estaba convenci­do de que Elizabeth podía llegar a un estado de hipnosis profundo fuera cual fuera la técnica que usara, decidí emplear un método más rápido pa­ra asegurarme.
Le indiqué que se sentara inclinada hacia de­lante, que no apartara la vista de mis ojos y que hiciera presión con la palma de su mano derecha sobre la mía. Yo estaba de pie frente a ella.
A medida que la palma de su mano presiona­ba la mía, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, empecé a hablarle. Sus ojos no se apartaban de los míos.
De repente, sin avisarla, retiré la mano de de­bajo de la suya. Su cuerpo, entonces sin apoyo alguno, se tambaleó hacia delante. En aquel pre­ciso momento, le dije en voz muy alta: «¡Duér­mete!»
Su cuerpo se desplomó al instante sobre el respaldo del sillón. Entró en un profundo trance hipnótico. Mientras su mente se concentraba en no perder el equilibrio del cuerpo, la orden que acababa de darle pasó directamente y sin interfe­rencia alguna a su subconsciente. Elizabeth en­tró en un estado de «sueño» consciente equiva­lente a la hipnosis.
-Puedes recordado todo, cada experiencia que hayas vivido -le dije.
Ahora ya podíamos emprender el viaje hacia atrás. Quería asegurarme de cuál de sus sentidos predominaba en sus recuerdos y le pedí que pen­sara en la última vez que había comido bien. Le indiqué que empleara todos sus sentidos al re­cordar comida. Elizabeth recordó el olor, el sa­bor, la imagen y la sensación de que la comida estaba recién hecha, y de este modo comprobé que era capaz de evocar recuerdos vívidos. Al parecer, el sentido que predominaba en su caso era la vista.
Seguidamente hice que se trasladara a la infan­cia para ver si recuperaba algún recuerdo placen­tero de sus primeros años en Minnesota. Sonrió como una niña pequeña, llena de satisfacción.
-Estoy en la cocina con mi madre. Parece muy joven. Yo también lo soy. Soy pequeña. Tengo unos cinco años. Hacemos pasteles... y galletas. Es divertido. Mi madre se siente feliz. Lo veo todo, el delantal, su pelo recogido. Me encanta cómo huele aquí.
-Pasa a otra habitación y dime lo que ves -le sugerí.
Entró en el salón. Empezó a describir un gran mueble de madera oscura. El suelo estaba des­gastado. También vio un retrato de su madre. Era una foto enmarcada que estaba sobre una mesa de madera oscura situada junto a un amplio y cómodo sillón.
-Es mi madre -continuó Elizabeth-. Es guapa... y tan joven    Lleva un collar de perlas.
Ella adora esas perlas. Sólo las lleva en ocasiones especiales. Su hermoso vestido blanco... su pelo oscuro... y sus ojos, tan brillantes y vivos.
-Bien -dije-. Me alegra que la recuerdes y que la veas con tanta nitidez.
El hecho de recordar una comida reciente o una escena de la infancia ayuda a consolidar la confianza del paciente en su capacidad para evo­car recuerdos. A Elizabeth, estos recuerdos le de­muestran que la hipnosis funciona y que no es un proceso peligroso, sino que puede ser incluso pla­centero. Los pacientes descubren que los recuer­dos que evocan suelen ser más vívidos y detalla­dos que los que surgen de la mente consciente.
Nada más abandonar el estado de trance, casi siempre recuerdan conscientemente lo que han evocado durante la hipnosis. Raras veces los pa­cientes experimentan un estado de trance de tal profundidad que después no recuerden nada. Aunque suelo grabar las sesiones de regresión pa­ra más seguridad y para poder recurrir a la cinta en caso necesario, la grabación sólo la utilizo yo. Los pacientes lo recuerdan todo perfectamente.
-Ahora vamos a ir todavía más lejos. No im­porta si lo que te viene a la mente es imaginación, fantasía, metáfora, símbolo, un recuerdo real o cualquier combinación posible entre estos ele­mentos -le dije-. Dedícate sólo a experimen­tar. Intenta que tu mente no juzgue, ni critique ni comente lo que experimentes. Simplemente ví­velo. Lo único que tienes que hacer es experi­mentar. Puedes criticado y analizado todo des­pués. Pero por el momento déjate llevar y vive la experiencia.
»Vamos a retroceder hasta el útero, hasta tu período uterino, justo antes de que nazcas. Sea lo que fuere lo que irrumpa en tu mente, es bueno. Déjate llevar por esta experiencia. Empecé a contar hacia atrás desde cinco hasta uno para que su estado hipnótico se hiciera más profundo.
Elizabeth se trasladó al útero materno. Sentía seguridad y calor, y el amor de su madre. De sus ojos cerrados brotaron dos lágrimas.
Recordó lo mucho que sus padres la querían, especialmente su madre. Eran lágrimas de felici­dad y nostalgia.
Evocó el amor con que se la recibió al nacer, y esto la hizo muy feliz.
La experiencia que vivió dentro del útero ma­terno no es una prueba fehaciente de que el re­cuerdo fuera preciso o completo. Pero las sensa­ciones y emociones que tuvo fueron tan intensas, poderosas y reales que hicieron que se sintiera mucho mejor.      ­
En una ocasión, una de mis pacientes recordó bajo hipnosis que había nacido con una hermana gemela que murió en el parto. Sin embargo, mi paciente no lo había sabido hasta entonces por­que sus padres nunca se lo habían dicho. Cuan­do ella les explicó la experiencia que tuvo du­rante la hipnosis, su,: padres le confirmaron la exactitud de su recuerdo. Efectivamente, había tenido una hermana gemela.
Por lo general, no obstante, los recuerdos del útero materno son difíciles, de verificar.
-¿ Estás preparada para ir todavía más lejos? -le pregunté, con la esperanza de que no se hu­biera asustado demasiado después de haber sen­tido aquellas emociones tan intensas.
-Sí -me contestó tranquilamente-. Estoy preparada.
-Perfecto -dije-. Ahora vamos a ver si puedes evocar algún recuerdo anterior a tu naci­miento, ya sea en un estado místico o espiritual, en otra dimensión o en una vida pasada. Sea lo que sea lo que irrumpa en tu mente, es bueno. No emitas juicios. No te preocupes. Sólo déjate llevar y vive el momento.
Conseguí que empezara a imaginar cómo en­traba en un ascensor y apretaba el botón mientras yo iniciaba la cuenta hacia atrás de cinco a uno. El ascensor retrocedía en el tiempo y viajaba a través del espacio, y la puerta se abrió en el momento en que yo pronuncié el número uno. Le indiqué que saliera y que se enfrentara a la persona, escena o experiencia que la aguardaba al otro lado de la puerta. Pero no sucedió lo que yo esperaba.
-Está todo muy oscuro -dijo con voz ate­rrorizada-. Me he caído del barco. Hace mucho frío. Es horrible.
-Si empiezas a sentirte incómoda -dije in­terrumpiéndola-, flota por encima de la escena y contémplala como si se tratara de una película. Pero si no te sientes mal, quédate ahí. Observa lo que ocurre. Vive los acontecimientos.
La experiencia la aterrorizó y empezó a flotar por encima de la escena. Se veía a sí misma como un adolescente. Después de haberse caído de un barco en mitad de una noche tormentosa, se ha­bía ahogado en esas oscuras aguas. De repente, la respiración de Elizabeth se tranquilizó conside­rablemente, y pareció recuperarse. Se había sepa­rado del cuerpo.
-He salido de este cuerpo -dijo con bas­tante naturalidad.
Todo esto había ocurrido con gran rapidez. Antes de que pudiera examinar aquella vida, ella ya había abandonado el cuerpo. Le pedí que re­cordara lo que acababa de experimentar y que me dijera lo que podía ver y entender al respecto.
-¿ Qué estabas haciendo en el barco? -le pregunté, intentando retroceder en el tiempo aunque ya hubiera salido de aquel cuerpo.
-Iba de viaje con mi padre -dijo-. De re­pente, estalló una tormenta. El barco empezó a llenarse de agua y a tambalearse. Las olas eran enormes y salí despedido por la borda.
-¿Qué ocurrió con los demás pasajeros? -le pregunté.
-No lo sé -dijo-, las olas me arrastraron por el barco hasta que caí al agua. No sé qué les pasó a los demás.
-¿Qué edad tenías aproximadamente cuan­do sucedió esto?
-No lo sé, alrededor de doce o trece años. Era un adolescente -respondió.
No parecía muy deseosa de darme más deta­lles. Había abandonado aquella vida muy rápi­do, tanto la vida en sí como el hecho de recordarla en mi consulta. Ya no podíamos obtener más datos. Siendo así, la desperté.

Una semana más tarde Elizabeth estaba me':' nos deprimida a pesar de que no le había receta­do antidepresivos para aliviar los síntomas de la aflicción y la depresión.
-Me siento más ligera, más libre, y ya no es­toy tan inquieta en la oscuridad -me dijo.
Nunca le había gustado la oscuridad y trataba de no salir sola de noche. En su casa siempre ha­bía alguna luz encendida. Sin embargo, la sema­na anterior había notado una mejoría en este sín­toma. Yo no lo sabía, pero tampoco le gustaba nadar, porque le producía angustia. Me explicó que aquella semana se había pasado horas en la piscina y en el jacuzzi de la urbanización donde vivía.
Aunque eso no era lo que más la preocupaba, el progreso que había experimentado respecto a aquellos síntomas la reconfortó.
Muchos de nuestros temores se basan en el pasado, y no en el futuro. A menudo, lo que más miedo nos da son hechos que nos han ocurrido en la infancia o en una vida pasada. Como los he­mos olvidado o sólo los recordamos muy vaga­mente, tenemos miedo de que esos hechos trau­máticos tengan lugar en el futuro.
Aun así, Elizabeth se sentía triste porque sólo habíamos encontrado a su madre en un remoto recuerdo de la infancia. La búsqueda debía con­tinuar.
La historia de Elizabeth es fascinante. La de Pedro también. Pero sus casos no son los únicos. Muchos de mis pacientes padecen una profunda aflicción, miedos y fobias, y su vida amorosa es un fracaso. Muchos de ellos encuentran a su amor perdido en otro tiempo y otro lugar. Mu­chos otros consiguen aliviar su dolor recordan­do vidas pasadas y experimentando estados espi­rituales.
Algunas de las personas que se han sometido a la terapia de regresión son famosas. Otras son gente corriente con un pasado apasionante. Sus experiencias son un reflejo de los temas univer­sales expresados en el revelador viaje de Pedro y Elizabeth a medida que se aproximaban a la en­crucijada de sus destinos.
Todos seguimos el mismo camino.
En noviembre de 1992 viajé a Nueva York con el fin de someter a una terapia de regresión a Joan Rivers, para su programa de televisión. Ha­bíamos quedado en que grabaríamos la sesión en la habitación de un hotel unos días antes de que se retransmitiera el  programa en directo. Joan llegó tarde porque el periodista de radio Ho­ward Stern, su invitado especial en el  programa de aquel día, la había entretenido. Joan, que ve­nía del plató, no estaba demasiado relajada. To­davía llevaba el maquillaje que le habían hecho para el programa, iba enjoyada y lucía un jersey rojo muy bonito.
Antes de iniciar la sesión, me contó que últi­mamente estaba muy afligida por la muerte de su madre y de su marido. Se sentó en un sillón de felpa estampado de color beige. Estaba tensa. Las cámaras empezaron a grabar lo que iba ser una escena extraordinaria.
Joan se arrellanó en el sillón y dejó que su mentón reposara ligeramente sobre la palma de su mano. Su respiración se tranquilizó y entró en un estado de hipnosis profunda. «El trance que alcancé era muy intenso», afirmó más tarde. Iniciamos la regresión, el viaje hacia el pasa­do. Su primera parada se produjo a la edad de cuatro años. Recordaba un día muy agobiante en su casa porque su abuela había venido a visitar­les. Joan la veía con una claridad total.
-Llevo un vestido a cuadros, calcetines blan­cos y unas sandalias Mary  Jane.
Continuamos indagando en un pasado más remoto. Era 1835 y Joan vivía en Inglaterra. Per­tenecía a la nobleza.
-Tengo el pelo muy oscuro. Soy alta y del­gada -dijo.
Tenía tres hijos.
-Veo con mucha claridad que uno de ellos es mi madre -añadió.
-¿Cómo sabes que es ella? -le pregunté.
-Simplemente lo sé. Es ella -contestó con firmeza.
No reconoció a su marido, al igual que ella al­to y delgado, como una persona presente en su vida actual.
-Lleva un sombrero de copa de piel de castor -dijo, concentrada-. Va bien vestido. Estamos paseando por un gran parque lleno de jardines.
Joan empezó a llorar y dijo que quería aban­donar aquella vida. Uno de sus hijos se estaba muriendo.
-¡Es ella! -dijo sollozando, refiriéndose a la hija a la que había reconocido como su madre en la vida actual-. ¡Qué desgracia! ¡Es terrible­mente triste! -añadió.
Nos adentramos todavía más en sus vidas pa­sadas hasta remontamos al siglo XVIII.
-Es el año mil setecientos y algo... Soy un hombre. Soy granjero -dijo sorprendida por el cambio de sexo.
Esta vida parecía más dichosa. -Soy muy buen granjero porque amo la tie­rra profundamente -explicó.
Joan, en su vida actual, adora trabajar en su jardín, la relaja y con esa actividad descansa de su estresante vida profesional en la televisión.
La desperté con suavidad. Su aflicción ya ha­bía empezado a aliviarse. Descubrió que su ama­da madre, que en 1835 fue su hija pequeña en In­glaterra, había sido una de sus almas gemelas a través de los siglos. Aunque ahora estaban otra vez separadas, Joan sabía que volverían a reunir­se, en otro tiempo y en otro lugar.
Elizabeth, que no sabía nada de la experiencia de Joan, vino a verme buscando una cura similar. ¿ Encontraría ella también a su querida madre?
Mientras tanto, en la misma consulta y en el mismo sillón, separado de Elizabeth por el insig­nificante lapso de tres días, otro drama se estaba desarrollando.
Pedro sufría mucho. Su vida era un valle de lágrimas, de secretos sin compartir y de deseos ocultos. El momento del encuentro más signifi­cativo de toda su vida se iba acercando, silencio­samente pero con rapidez. .

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LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS 3

VIDA ANTES DE LA VIDA




LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS
cap- III
 3
¡Hace tanto tiempo! Y todavía sigo sien­do la misma Margaret. Lo único que envejecen son nuestras vidas. Donde estamos, los siglos sólo son como segundos, y después de vivir mil vidas, nuestros ojos empiezan a abrirse.
EUGENE O'NEILL
Antes de iniciar el tratamiento de Catherine, nunca había oído hablar de la terapia de regre­sión a vidas pasadas. En la época en que yo estu­diaba, el programa de enseñanza no incluía esta materia, ni en la Facultad de Medicina de Yale ni en ninguna otra. Todavía recuerdo perfectamen­te la primera vez que apliqué este método. Había indicado a Catherine que retrocediera en el tiem­po con el objetivo de descubrir traumas de la infancia que tenía reprimidos ti olvidados, y que yo pensaba que eran los responsables de su an­siedad y su depresión.
Ella había llegado a un estado de hipnosis profunda que yo le había provocado hablándo­le con voz suave y relajante. Muy concentrada, atendía a mis instrucciones.
En la primera sesión de terapia realizada una semana antes habíamos practicado la hipnosis por primera vez. Catherine había recordado al­gunos traumas de su infancia con bastante deta­lle y emoción. Normalmente, en la terapia de re­gresión, si los traumas olvidados que se evocan van acompañados de emociones, un proceso que recibe el nombre de «catarsis», el paciente em­pieza a mejorar. Pero los síntomas de Catherine seguían siendo graves y supuse que lo mejor era que continuara recordando episodios de su ni­ñez aún más reprimidos. De esta manera podría mejorar.
Conseguí que se trasladara a la edad de dos años, pero no fue capaz de recordar nada significativo.
-Regresa al punto en donde tus síntomas empiezan a manifestarse -le ordené claramente y con firmeza.
Me quedé atónito al oír su respuesta.
-Veo unas escaleras de peldaños blancos que conducen a un edificio, un edificio blanco con columnas, abierto. N o hay puerta de entrada. Llevo un vestido largo... y un saco de tela tosca. Tengo el pelo rubio y largo, y lo llevo trenzado.
Era una mujer joven llamada Aronda que vi­vió hace unos cuatro mil años. Murió inespera­damente en una inundación o un maremoto que arrasó su pueblo.
-Unas olas enormes arrancan los árboles. N o hay escape posible. Hace frío, el agua está helada. Tengo que salvar a mi bebé, pero no pue­do... sólo puedo apretado bien fuerte entre mis brazos. Me ahogo; el agua me asfixia. No pue­do respirar, no puedo tragar... agua salada. Me arrancan a mi hija de las manos.
Durante este trágico y emotivo recuerdo, Catherine jadeaba y tenía dificultad para respi­rar. De repente, su cuerpo se relajó por completo y empezó a respirar profunda y regularmente.
-Veo nubes... Mi hija está conmigo. Y tam­bién otras personas de mi pueblo. Veo a mi her­mano.
Estaba descansando. Aquella vida había ter­minado. Aunque ni ella ni yo creíamos en otras vidas, acabábamos de vivir intensamente una ex­periencia ancestral.
De un modo increíble, el miedo al ahogo y a la asfixia prácticamente desapareció de la vida de Catherine después de aquella sesión. Yo sabía que la fantasía y la imaginación no podían curar aquellos síntomas crónicos, tan profundamente arraigados. Pero la memori4 catártica sí.
A medida que pasaban las semanas, Catherine iba recordando más vidas anteriores. Sus sínto­mas desaparecieron. Se curó sin la ayuda de me­dicamentos. Juntos descubrimos el poder curati­vo de la terapia de regresión.
Debido a mi escepticismo y a mi rigurosa for­mación científica, me costó mucho aceptar la existencia de vidas pasadas. Dos factores aca­baron minando mi escepticismo: uno rápido y I muy emotivo, y otro gradual e intelectual. En una de las sesiones, Catherine acababa de I recordar que en una vida anterior había muerto víctima de una epidemia que había asolado la re­gión. Cuando todavía se hallaba en profundo es­tado de trance, consciente de que flotaba por en­cima de su cuerpo, fue atraída hacia un hermoso rayo de luz. Empezó a hablar:
-Me dicen que hay muchos dioses, porque Dios está en cada uno de nosotros.
Entonces empezó a revelarme detalles muy íntimos sobre la vida y la muerte de mi padre y de mi hijo pequeño. Ambos habían muerto años atrás, muy lejos de Miami. Catherine, que era ayudante de laboratorio del Mount Sinai Hospi­tal, no sabía absolutamente nada de ellos. Nadie podía haberle proporcionado todos aquellos da­tos. En ningún lugar podía haber conseguido to­da aquella información. La precisión de sus deta­lles fue impresionante.
Yo estaba sobresaltado y me estremecía a me­dida que ella iba revelando aquellas ocultas, se­cretas verdades.
-¿Quién está contigo? ¿Quién te está expli­cando todo esto? -le pregunté.
-Los Maestros -susurró-, me hablan los Espíritus Maestros. Me cuentan que he vivido ochenta y seis veces en un cuerpo físico.
En el transcurso de las sesiones restantes, Catherine transmitió muchos más mensajes que procedían de estos Maestros, unos mensajes her­mosos sobre la vida y la muerte, sobre cuestio­nes espirituales y sobre el cometido de nuestra vida en la tierra. ,
Mis ojos empezaban a abrirse al tiempo que mi escepticismo era cada vez menor.
Recuerdo que pensaba: «Puesto que Catherine no se equivoca respecto a mi padre y mi hijo, ¿po­dría entonces averiguar algo sobre las vidas pasa­das, la reencarnación y la inmortalidad del alma?»Creía que sí.
Los Maestros también hablaban de las vidas anteriores.

Elegimos el momento en que entramos en nuestro estado físico y el momento en que lo abandonamos. Sabemos cuándo hemos cum­plido la tarea que se nos encomendó realizar aquí en la tierra. Sabemos cuándo se nos aca­ba el tiempo y entonces aceptamos nuestra muerte. Pues sabemos qué esta vida que he­mos vivido ya no da más de sí. Cuando llegue el momento, cuando hayamos disfrutado del tiempo necesario para descansar y alimentar de energía nuestra alma, se nos permitirá es­coger nuestro regreso al estado físico. Aque­llos que dudan, que no están seguros de que­rer regresar aquí, es probable que pierdan la oportunidad que se les ha brindado, la opor­tunidad de cumplir con su deber cuando se hallan en estado físico.
Desde que viví esta experiencia con Catheri­ne, he sometido a la terapia de regresión a más de mil pacientes. Pocos, muy pocos, alcanzaron el nivel de los Maestros. Sin embargo, he observa­do una sorprendente mejoría clínica en la mayo­ría de estas personas. He visto cómo los pacien­tes recuerdan un nombre durante la evocación de una vida anterior reciente y después he en­contrado documentos que verifican la existencia de esa persona en el pasado, confirmando los de­talles de la rememoración. Algunos pacientes in­cluso han encontrado sus propias tumbas de vi­das anteriores.
Varios de mis pacientes han pronunciado al­gunas palabras en idiomas que nunca han apren­dido o incluso oído en su vida actual. También he examinado a algunos niños que hablan len­guas extranjeras que no han aprendido con ante­rioridad. A esta capacidad se la denomina «xeno­glosia» .
He leído artículos de otros científicos que trabajan con la terapia de regresión y que han llegado a conclusiones muy similares a las mías.
Tal como describo con detalle en mi segundo libro, A través del tiempo, este método es muy útil para pacientes de distintas patologías, espe­cialmente para aquellos que sufren trastornos emocionales y psicosomáticos.
La terapia de regresión es también muy prác­tica cuando se trata de identificar y eliminar los hábitos negativos recurrentes en un paciente, co­mo por ejemplo la drogadicción, el alcoholismo y los problemas en las relaciones.
Muchos de mis pacientes evocan hábitos, trau­mas y relaciones desequilibradas que no sólo se manifestaron en sus vidas pasadas, sino que si­guen apareciendo en su vida actual.
Pondré como ejemplo el caso de una paciente que al regresar a una de sus vidas anteriores re­cordó que tenía un marido agresivo y violento que ha aparecido de nuevo en el presente encar­nado en su padre. Una pareja muy conflictiva descubrió que se habían matado mutuamente en cuatro de sus vidas pasadas. Las historias y las pautas son interminables.
Cuando se ha identificado la pauta que se re­pite constantemente y se entienden los motivos de su manifestación, entonces puede romperse. No tiene sentido seguir sufriendo.
No es obligatorio que el terapeuta y el pa­ciente crean en la existencia de vidas anteriores para que la técnica y el proceso de la terapia de regresión funcionen. Pero si se intenta, es fre­cuente que se obtenga una mejoría.
Casi siempre se produce un crecimiento espi­ritual.
En una ocasión sometí a la terapia de regre­sión a un suramericano que recordaba haberse pasado una vida entera atormentado por los re­mordimientos, tras haber formado parte del equipo que colaboró en la elaboración y más tar­de en el lanzamiento de la bomba atómica en Hi­roshima con el objetivo de poner fin a la Segun­da Guerra Mundial. Actualmente es radiólogo en un importante hospital y utiliza la radiación y los avances tecnológicos para salvar vidas en lu­gar de exterminadas. En su vida actual este hom­bre es un ser sensible, bondadoso y solidario.
Éste es un ejemplo de cómo puede evolucio­nar el alma y transformarse aunque haya pasado por vidas deleznables. Lo más importante es aprender, no juzgarse. Él aprendió lecciones de su vida durante la Segunda Guerra Mundial y ha aplicado sus conocimientos y habilidades para ayudar a otras almas en su vida actual. El senti­miento de culpabilidad que sintió en su vida an­terior no es importante. Lo que cuenta es apren­der del pasado, y no seguir pensando en ello y sintiéndose culpable.
Según una encuesta de USA Today/CNN/ Gallup realizada el 18 de diciembre de 1994, la creencia en la reencarnación está aumentando en Estados U nidos, un país que no se caracteriza por ir a la zaga en estos fenómenos. El porcentaje de estadounidenses adultos que cree en la reencarna­ción es del 27 %, cuando en 1990 era del 21 %.
Pero todavía hay más. El porcentaje de los que creen que puede establecerse contacto con los muertos ha aumentado del 18 % en 1990 al .28 % en diciembre de 1994. El 90 % cree en la existencia del cielo y el 79 % en los milagros. Hasta me parece oír a los espíritus aplaudiendo.

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Sobre Kwan Yin

En la teología Budhista Kwan Yin es a veces presentada como el capitan de el "Barco de la Salvación", guiando almas al Paraiso del Oeste de Amitabha, o la Tierra Pura, la tierra de bendición donde las almas pueden renacer para continuar recibiendo instrucción hasta llegar a la iluminación y la perfección.
El viaje se representa a menudo en grabados de madera, mostrando botes llenos de seguidores de Amitabha bajo la capitanía de Kwan Yin," la compasiva salvadora del este".

Amitabha, una amada figura a los ojos de los Budhistas que desean renacer en el Paraiso del Oeste y obtener la libertad de la rueda de renacimientos, es tenido, en el sentido místico o espiritual como el padre de Kwan Yin. Algunas leyendas de la Escuela Mahayana narran que Avalokitesvara era "nacido" de un rayo de luz blanca que Amitabha emitió de su ojo derecho cuando estaba en éxtasis.
Por eso Avalokitesvara (Kwan Yin), es apreciada como el "reflejo" de Amitabha - una emanación ulterior de la encarnación de "mahakaruna", (la gran compasión), la cualidad que Amitabha encarna en su más alto sentido.

Muchas figuras de Kwan Yin, se pueden identificar por la presencia de una pequeña imagen de Amitabha en su corona. Se considera que la misericordiosa redentora Kwan yin, expresa la compasión de Amitabha de un modo directo y personal y las oraciones a ella son respondidas más rapidamente . Como dicen sus devotos, "oraciones en mil lugares, reciben respuesta en mil lugares".
Esto que puede parecer una contradicción, no es tal dentro de la visión Buddhista, ya que un bodhisattva no es masculino ni femenino (en este aspecto, algo similar a los ángeles del cristianismo), y puede manifestarse tanto como hombre que como mujer, niño, niña, animal, etc., dependiendo del ser al que quieren socorrer .

Como dice el Sutra del Loto sobre Kwan Yin: "recurre a varios recursos o medios, viajes por el mundo, llevando los seres a la salvación. Apareciendo frecuentemente en el cielo o sobre las olas, para salvar a los que la llaman en situaciones de peligro, o al lado de personas enfermas, sobre las que rocía unas gotas de su agua y ¡curación milagrosa!

En muchas imágenes, se la representa llevando las perlas de la iluminación; o la Cintamani: La Joya que colma todos los deseos. También aparece a menudo portando una corriente de agua sanadora, el "Agua de la Vida", que derrama de un pequeño envase.

Con esa agua, los devotos y todas las cosas vivientes, son bendecidas con paz física y espiritual. Cuando se la representa llevando una gavilla de arroz maduro o una taza con granos de arroz, es como simbolo de su capacidad de generar fertilidad y sustento.

Las representaciones de Kwan Yin, a menudo van vinculadas a las del Dragón, poderoso símbolo de espiritualidad, sabiduría, fuerza y poderes divinos de transformación. Las imágenes portando un loto blanco hacen referencia a su pureza.

Algunos símbolos se asocian caracteristicamente con Kwan Yin: Una rama de Sauce, con el que ella rocia el nectar de la vida divina. El Sauce es un antiguo símbolo chamánico para la cultura China que lo vincula a la facultad de comunicar con los mundos espirituales y también como símbolo de la femenidad; una preciosa vasija simbolizando el néctar de la compasión y la sabiduría que son distintivos de los bodhisattvas; una paloma, signo de fecundidad; un libro o pergamino de oraciones en su mano, representando el dharma (enseñanza) de Budha o el Sutra (texto Budhista) el cual se dice Miao Shan tiene que recitar constantemente; y un rosario adornando su cuello con el cual ella invoca a los Buddhas por su socorro.


También hay representaciones de Kwan Yin curiosas como la de 1.000 brazos y mil ojos o la de once cabezas. En sus manos porta diferentes símbolos o adopta posiciones específicas de índole ritual llamados Mudras. En las representaciones de Kwan Yin con 1.000 brazos, se dice que cada mano representa un mudra diferente que simboliza diferentes medios para salvar a los seres sintientes.

Sus manos en posición ahuecada ofrece a veces la forma del Yoni Mudra, simbolizando la matriz como la puerta de entrada a este mundo a través del principio universal femenino. Al igual que Artemisa que también es una Diosa vinculada a los parajes silvestres como Kwan Yin, o María, es una Diosa virgen que protege a las mujeres siendo propicia tanto a las que optan por una vida religiosa retirada como a aquellas que desean matrimonio y descendencia, tal y como señalamos antes.


En Vietnam, Kwan Yin es invocada como protectora en tiempo de desastres naturales, y patrona de aquellos cuyas vidas dependen de los elementos, por lo cual a menudo se la encuentra en los altares de granjeros y pescadores. Muchos importantes monumentos budhistas de Vietnam están dedicados a Kwan Yin: La Montaña de Marmol, Pagodas, Altares, etc.

La posición de Kwan Yin es única en las Jerarquías Celestiales, está libre de orgullo o deseo de venganza, poco dispuesta a castigar aún a aquellos que lo tienen bien merecido. Aquellos que pueden sufrir horribles destinos kármicos en otros sistemas, pueden obtener renovación y purificación simplemente por implorar su gracia con total y absoluta sinceridad. Se dice que incluso aquel que está arrodillado ante la espada del verdugo, puede implorando con llanto sentido a la Diosa, hacer que ella destroce la espada en pedazos.
Hay Oraciones a Kwan Yin a las que se les atribuye especial eficacia, como puedes ver aquí.

Más allá de cualquier adscripción de este maravilloso ser a un credo determinado, Kwan Yin está dispuesta a darnos su amor, su misericordia y su ayuda; no importa que seas o no seas de esta o aquella religión. No obstante, para un mayor conocimiento de Kwan Yin, nos adentraremos en su papel dentro del mundo de las grandes religiones de oriente. Dentro del Budhismo, Kwan Yin es uno de los cuatro grandes bodhisattvas (P'u-sa en Chino) junto a Samantabhadra, Kshitigarbha (Di-cang) y Manjushri (Wen-shu) y en su aspecto masculino se identifica con el bodhisattva Avalokiteshvara, a quién en Tibetano se llama Chenresi: " Quién oye llorar al mundo". Recibe también los nombres de Quan Yin Guanyin o Koon Yum (en Chino), Quan'Am o Quan-Te Am Botat(en Vietnamita), Kuan-Te Am Bosa, Kwanseum Bosal o Kwan Um (en Coreano), Kannon o Shokakanzeon Bosatsu (en Japonés) y Kanin (en Balines), todas estas denominaciones femeninas.Kwan Yin ha hecho voto de permanecer en este plano (terrenal) y no entrar en los reinos celestiales hasta que todas las demás entidades vivientes hayan completado su proceso de iluminación y se liberen del ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento (samsara). Hay muchas leyendas que dan cuenta de los milagros realizados por ella para socorrer a aquellos que buscan su ayuda. Tales historias siempre realzan su compasión para con todos los seres, su santidad, su iluminación, su amor incondicional y su accesibilidad.

Una de las leyendas más populares y que refuerzan la creencia en Kwan Yin como deidad femenina es la "Leyenda de Miao Shan". Esa accesibilidad se manifiesta también en su adoración y en la meditación sobre ella, casi exenta de dogma o ritual. No es una deidad distante.

Ese estandar de simplicidad, amor y bondad es el que ha de impulsar a sus devotos a ser más compasivos y amorosos. Un profundo sentido de servicio a los seres sintientes seguirá naturalmente a cualquier devoción a la Kwan Yin. De esta forma de pensar y actuar, deberá devenir inevitablemente un mundo mejor.

De acuerdo con una creencia popular de China, Kwan Yin vive en la isla de Pu-tuo-shan (El mundo de Lapislazuli), donde está el palacio sagrado de la diosa.Algunas corrientes metafísicas y vinculadas a las enseñanzas de los "Maestros Ascendidos" tienen una visión algo diferente de Kwan Yin. Así, afirman cosas muy curiosas: Que tiene un templo llamado "Templo Etérico de la Misericordia" localizado "etéricamente" cerca de (más bien sobre) Pekín y que está rodeado de 12 pequeños templos, en los cuales habitan todas las legiones de seres que se encuentran a su servicio. En dicho templo, arde la llama de la misericordia y de la compasión la Tierra y todas sus evoluciones.

Ella dirige la Llama de Misericordia y Compasión y su servicio a la humanidad es Misericordia y Sanación.Ella es uno de los que están a cargo de ejercer actividades de sanación sobre la humanidad en la tierra. Kwan Yin es miembro del Equipo Kármico. Y según las leyendas habría vivido por 1.000 años antes de ascender. Recibió la Corona de Chohan del Séptimo Rayo para el próximo ciclo de 2.000 años, hace ya 14.000 años, estándo en tal posición desde 1954, fecha en la cual Saint Germain la dejó. Es Iluminadora e Interceptora de la Séptima era de Acuario.

El símbolo de Kwan Yin es el Loto de 5 pétalos. Su rayo es el Rayo Violeta de la Conciencia Crística. Kwan Yin, hace énfasis en que la curación no proviene de ella, sinó que es un regalo de Dios. Kwan Yin, es la manifestación de lo femenino, la Madre Cósmica, similar a otras figuras de culturas y religiones de profunda raigambre histórica como María en el Cristianismo, a quién se puede considerar una emanación de Kwan Yin; Isis en en Egipto antiguo; Tara en el Budhismo Tibetano; Shakti, Parvati, Sita o Radha en el Hinduismo, etc. Algunos estudiosos creen que las representaciones de Kwan Yin, están influidas por el contacto con los primeros misioneros cristianos, de ahí la similitud que a veces se aprecia entre la iconografía de la Diosa y la de la Virgen María, llegando a utilizarse imágenes de Kwan Yin para adorar a la madre de Jesús entre los cristianos chinos, ya que Kwan Yin representada como "La honorable del ropaje blanco", parece una virgen cristiana.

También la Tara tibetana es llamada "Pandaravasini": vestida de blanco. No nos debería extrañar que tanto orientales como occidentales, manifestasen de manera similar los principios de misericordia, amor incondicional y santidad.

LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS 2

VIDA ANTES DE LA VIDA




LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS
 cap- II-
2
 Siempre había tenido la sensación de que mi vida, tal como la viví era una historia sin principio ni final. Me sentía como un fragmento histórico, un pasaje aislado, al que no precede ni sigue ningún texto. Po­día imaginarme perfectamente que tal vez había vivido en siglos anteriores y me ha­bía hecho preguntas que todavía no era capaz de responder; que tenía que volver a nacer porque no había cumplido la tarea que se me había asignado.
CARL JUNG

Elizabeth era una chica atractiva, alta y del­gada, rubia, de pelo largo y mirada triste. Cuan­do se sentó con aire inquieto en el sillón abatible de piel de color blanco de mi despacho, advertí que sus melancólicos ojos azules, salpicados de motas de color avellana, desmentían la impre­sión de severidad que causaba su estricto y hol­gado traje chaqueta azul marino. Elizabeth, tras haber leído Muchas vidas, muchos maestros e iden­tificarse en muchos aspectos con Catherine, la heroína del libro, sintió la necesidad de visitarme en busca de aliento.
-No acabo de entender por qué has venido a verme -le comenté para romper el hielo.
Había echado un vistazo a su historial. A los pacientes nuevos les hago rellenar un impreso: nombre, edad, antecedentes familiares, principa­les enfermedades y síntomas. Las afecciones más importantes de Elizabeth eran la aflicción, la an­gustia y el insomnio-.
A medida que iba hablando, añadí mental­ mente a su lista las relaciones personales.
-Mi vida es un caos -declaró.
Su historia empezó a salir a borbotones, co­mo si por fin se sintiera segura para hablar de es­tas cosas.
La liberación de una presión encerrada en su interior era palpable. A pesar de lo dramática que era su vida y de la profundidad de las emociones que se ocultaban detrás de lo que decía, Elizabeth trató enseguida de restarle importancia.
-Mi vida no es ni mucho menos tan dramá­tica como la de Catherine -dijo-. Nadie escri­biría un libro sobre mí.
Dramática o no, su historia seguía su curso.
  Elizabeth era una mujer de negocios que diri­gía una floreciente empresa de contabilidad en Miami. Tenía treinta y dos años, y se había cria­do en Minnesota, en un ambiente rural, rodeada de animales en una enorme granja, junto a sus padres y su hermano mayor. Su padre era un tra­bajador nato, de carácter estoico. Le resultaba muy difícil expresar sus sentimientos. Cuando mostraba alguna emoción, solía ser la furia y la rabia. Perdía el control y se desahogaba brusca­mente con su familia; incluso había pegado algu­na vez a su hijo. A Elizabeth le reprendía sólo verbalmente, pero ella se sentía muy herida.
Todavía llevaba en su corazón aquella herida de la infancia. Los reproches y críticas de su pa­dre habían dañado la imagen que tenía de sí mis­ma y un profundo dolor atenazaba su corazón. Estaba apocada y se sentía inferior, y le preocu­paba que los demás, los hombres en particular, se dieran cuenta de sus defectos.
Afortunadamente, los arrebatos de su padre no eran frecuentes; además solía encerrarse en su caparazón con la frialdad y el estoicismo que ca­racterizaban su conducta y su personalidad.
La madre de Elizabeth una mujer inde­pendiente y progresista. Fomentaba la confianza de Elizabeth en sí misma y al mismo tiempo la cuidaba con afecto. La época y los hijos hicieron que permaneciera en la granja y aguantara, no sin reproches, la severidad y el retraimiento emo­cional de su marido.
-Mi madre era una santa -continuó expli­cando Elizabeth-. Siempre estaba allí, cuidán­donos, sacrificándose por sus hijos.
Elizabeth, la pequeña, era la preferida de su madre. Tenía muy buenos recuerdos de su niñez. Los momentos más tiernos eran aquellos en los que se había sentido más cerca de su madre. Aquel amor tan especial las unía y no cesó con el paso de los años.
Elizabeth creció, terminó el bachillerato y se fue a Miami a estudiar en la universidad gracias a una generosa beca. Para ella Miami representaba ­una exótica aventura, y ejercía una gran atrac­ción sobre ella, que provenía del frío Medio Oeste. A su madre le entusiasmaban las aventu­ras de Elizabeth. Eran amigas íntimas y, aunque se comunicaban principalmente por correo y por teléfono, su relación seguía siendo sólida. Las vacaciones eran épocas de gran felicidad, pues Elizabeth casi nunca se perdía la oportuni­dad de volver a casa.
En alguna de estas visitas, su madre mencionó la posibilidad de retirarse al sur de Florida en el futuro para así estar cerca de su hija. La granja era grande y cada vez resultaba más difícil man­tenerla. La familia había ahorrado una buena cantidad de dinero que aumentaba gracias a la sobriedad del padre. Elizabeth estaba deseando vivir cerca de su madre otra vez; de esa forma sus conversaciones, casi diarias, ya no tendrían que ser telefónicas.
Elizabeth decidió quedarse en Miami tras ter­minar los estudios. Creó su propia empresa y la fue afianzando poco a poco. La competencia era feroz y el trabajo absorbía buena parte de su tiempo. Las relaciones con los hombres no ha­cían más que aumentar su estrés.
Entonces ocurrió la catástrofe.
Aproximadamente ocho meses antes de que viniera a verme, Elizabeth se hundió en la triste­za a causa de la muerte de su madre, provocada por un cáncer de páncreas. Sentía como si su co­razón se hubiera roto en mil pedazos, como si se lo hubieran arrancado. Estaba atravesando un período de profundo dolor. N o conseguía acep­tar la muerte de su madre, no entendía por qué había tenido que ocurrir. Angustiada, me explicó cuánto había luchado su madre contra aquel cáncer virulento que estaba devastando su cuer­po. Sin embargo, su espíritu y su amor permane­cieron intactos. Ambas sintieron una profunda tristeza. La separación física era inevitable y se acercaba lenta pero inexorablemente. El padre de Elizabeth, quien lloraba ya la pérdida, todavía se distanció más de la familia y se encerró en su soledad. Su hermano, que vivía en California con su familia, acababa de cambiar de trabajo y esta­ba alejado de ellos. Elizabeth, por su parte, viaja­ba a Minnesota siempre que podía.
No tenía a nadie con quien compartir sus miedos y su aflicción. No quería ser una carga para su agónica madre. Se reservaba sus penas para ella y por consiguiente se sentía cada vez más apesadumbrada.
-Voy a echarte tanto de menos... Te quiero -le decía su madre-. Para mí, lo más doloroso es abandonarte. No tengo miedo a morir. No te­mo lo que me espera. Simplemente no quiero de­jarte todavía.
A medida que su salud se iba debilitando, su firme propósito de sobrevivir perdía fuerza. Sólo la muerte podría liberada de la agonía y el sufri­miento. Finalmente llegó el día.
La madre de Elizabeth se hallaba en una pe­queña habitación del hospital, rodeada de su fa­milia y sus amigos. Empezaba a respirar con di­ficultad. La sonda ya no drenaba; sus riñones habían dejado de funcionar. Iba alternando entre la conciencia y la inconsciencia. En un momen­to en que Elizabeth se encontró a solas con su madre, ésta abrió ligeramente los ojos en un ins­tante de conciencia. -No te abandonaré -le dijo de repente con voz firme-. ¡siempre te querré!
Aquéllas fueron las últimas palabras que Elizabeth oyó pronunciar a su madre, que ensegui­da entró en coma. Su respiración era. cada vez más entrecortada, interrumpida por largos silen­cios, hasta que de pronto se iniciaron los esterto­res de la agonía.
No tardó en morirse. Elizabeth sintió un va­cío inmenso en su corazón y en su vida. Incluso sentía un dolor físico en el pecho. Tenía la sensa­ción de que siempre le iba a faltar algo. Lloró du­rante meses..
Añoraba las frecuentes conversaciones telefó­nicas con su madre. Intentó comunicarse con su padre más a menudo, pero él seguía tan intro­vertido como siempre y nunca tenía mucho que decir. Podía pasarse uno o dos minutos sin pronunciar palabra junto al auricular del teléfo­no. No era capaz de animar a su hija. Él también sufría, y esto le hacía aislarse todavía más. Su hermano, que vivía en California con su espo­sa y sus dos hijos pequeños, también se sentía muy afligido por la pérdida, pero tenía que ocu­parse de su familia y su trabajo.
El sufrimiento de Elizabeth desembocó en una depresión con unos síntomas cada vez más graves. Le costaba mucho dormir. Le resultaba difícil conciliar el sueño; se despertaba demasiado temprano por la mañana y era incapaz de vol­ver a dormirse. Perdió el apetito y empezó a adelgazar. Su energía había disminuido notable­mente. Ya no tenía interés por las amistades y su capacidad de concentración era cada vez menor.
Antes de la muerte de su madre, la ansiedad de Elizabeth se relacionaba principalmente con el trabajo: plazos de entrega y decisiones de res­ponsabilidad. A veces también la angustiaba la / relación con los hombres; no sabía cómo actuar    ni cómo responderían ellos.
Sin embargo, el nivel de ansiedad de Eliza­beth aumentó espectacularmente tras la muerte de su madre. Había perdido a su confidente, consejera y amiga más íntima. Ya no podía con­tar con su principal apoyo y punto de referencia. Se sentía desorientada, sola y perdida.
Me llamó para pedir hora de visita.       Vino a verme con la intención de averiguar si en una vida anterior había estado junto a su madre o para intentar comunicarse con ella a tra­vés de alguna experiencia mística. En algunas conferencias y publicaciones yo había hablado de las personas que, en un estado de meditación, habían tenido estos encuentros místicos con se­res queridos. Elizabeth había leído mi primer li­bro y sabía que se podía tener este tipo de experiencias.
A medida que la gente va aceptando que es posible, incluso probable, que la conciencia siga existiendo después de abandonar el cuerpo, em­pieza a vivir cada vez más este tipo de experien­cias místicas en los sueños y en otros estados de alteración de la conciencia. Es difícil decir si es­tos encuentros son reales o no. Pero lo que pare­ce evidente es que son intensos y muy emotivos. A veces la persona incluso recibe información concreta, hechos o detalles que sólo eran conoci­dos por los difuntos. Estas revelaciones que se producen durante los encuentros espirituales no pueden atribuirse únicamente a la imaginación. Ahora estoy convencido de que se obtienen es­tos nuevos conocimientos y tienen lugar estos encuentros no porque las personas deseen o ne­cesiten que esto ocurra, sino porque simplemen­te así es como se establecen los contactos.
Los mensajes suelen ser muy parecidos, espe­cialmente en los sueños: «Estoy bien. Me siento perfectamente. Cuídate. Te quiero.»
Elizabeth deseaba ponerse en contacto con su madre. Necesitaba algún tipo de bálsamo para aliviar su continuo dolor.
Durante la primera sesión descubrí nuevos aspectos de su vida.
Había estado casada por poco tiempo con un contratista local que tenía dos hijos de su primer matrimonio. Era una buena persona y, a pesar de no estar locamente enamorada de él, ella pensó que aquella unión podía proporcionar cierta es­tabilidad a su vida. Sin embargo, la pasión con­yugal no se crea artificialmente. Puede haber respeto y compasión, pero la química entre .los dos tiene que existir desde el principio. Cuando Elizabeth descubrió que su marido mantenía re­laciones con otra mujer por la que sentía más pasión y entusiasmo rompió con él a regañadien­tes. Lamentó mucho la ruptura y el hecho de se­pararse de los niños, pero no sufrió por el divor­cio. La pérdida de su madre fue mucho más grave para ella.
Elizabeth era guapa, y por ello le resultó fácil establecer relaciones con otros hombres después de su divorcio, pero tampoco éstas se caracteri­zaron por la pasión. Empezó a dudar de sí mis­ma y a preguntarse qué había en ella que la inca­pacitara para establecer buenas relaciones con los hombres. «¿ Qué hay de malo en mí?», se preguntaba constantemente. Las dudas iban me­llando su autoestima.
Las mordaces y dolorosas críticas que su pa­dre le había dirigido durante su infancia le ha­bían causado unas heridas psicológicas que vol­vían a abrirse con cada fracaso en sus relaciones con los hombres.
Elizabeth empezó a salir con un profesor de una universidad cercana, pero éste no quiso comprometerse con ella debido a sus propios te­mores. Aunque en su relación había mucha ter­nura y comprensión, y a pesar de que se enten­dían bastante bien, la incapacidad de él para comprometerse y confiar en sus propios senti­mientos condenó la relación a un final desabrido e insustancial.Unos meses después, Elizabeth conoció a un I próspero banquero con quien inició una nueva : relación. Ella se sentía segura y protegida, aun­que, una vez más, no había mucha química entre ellos. Sin embargo él, que se sentía muy atraído por Elizabeth, se enfadaba mucho y sentía celos cuando ella no le correspondía con la energía y el entusiasmo que él esperaba. Empezó a beber, y su actitud se fue volviendo cada vez más agresi­va. Elizabeth también puso fin a esta relación.
Poco a poco había ido perdiendo la esperanza de encontrar un hombre con quien pudiera esta­blecer una relación íntima y satisfactoria.
Se sumergió totalmente en su trabajo, amplió su empresa y se recluyó entre números, cálculos y papeles. Su vida social se reducía básicamente a los compañeros de trabajo. Si de vez en cuando algún hombre le proponía salir, siempre se las arreglaba para que él perdiera el interés antes de que surgiera algo importante entre ellos.
Elizabeth era consciente de que se estaba ha­ciendo mayor, pero todavía tenía la esperanza de que algún día encontraría al hombre perfecto. De todas formas, había perdido mucha con­fianza.
La primera sesión, dedicada a recoger infor­mación sobre su vida, a establecer un diagnósti­co y un enfoque terapéutico y a plantar las semi­llas de la confianza en nuestra relación, había terminado. El hielo se había roto. Por el momen­to, decidí no recetarle Prozac ni ninguna otra clase de antidepresivos. Mi objetivo era curarla, no enmascarar los síntomas.En la siguiente sesión, una semana más tarde, iniciaría el arduo viaje retrospectivo hacia el pa­sado.
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LAZOS DE AMOR BRIAN WEISS 1

VIDA ANTES DE LA VIDA




LAZOS DE AMOR BRIAN WEISS
 cap I-
 Lo que a continuación relato procede de documentos médicos, de la trascripción de cintas magnetofónicas que grabé y de mis propios recuerdos. Sólo he modificado los nombres y pequeños detalles para no faltar al secreto profesional.  Es una historia sobre el destino y la esperanza, una historia que ocurre en silencio tdos los días. Ese día, alguien estaba escuchando.
1
Sabed, por tanto, que del silencio más in­menso regresaré. [...] No olvidéis que vol­veré junto a vosotros. [...] Unos momentos más, un instante de reposo en el viento, y otra mujer me concebirá
KAHLIL GIBRAN
Hay alguien especial para cada uno de noso­tros. A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres. Pertenecen a distintas genera­ciones y viajan a través de los mares, del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrar­se de nuevo con nosotros. Proceden del otro la­do, del cielo. Su aspecto es diferente, pero nues­tro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos de Egipto iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de Mongolia. Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerre­ros y convivido en las cuevas cubiertas de are­na de la Antigüedad. Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad y nunca nos abando­narán.
Es posible que nuestra mente diga: «Yo no te conozco.» Pero el corazón sí le conoce.
Él o ella nos cogen de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser. Nos miran a los ojos y vemos a un alma gemela a través de los siglos. El corazón nos da un vuelco. Se nos pone la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.
Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Senti­mos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades, el futuro. En cambio, él o ella no lo ve. Sus temores, su intelecto y sus proble­mas forman un velo que cubre los ojos de su co­razón, y no nos permite que se lo retiremos. Su­frimos y nos lamentamos mientras el individuo en cuestión sigue su camino. Tal es la fragilidad del destino.
La pasión que surge del mutuo reconoci­miento supera la intensidad de cualquier erup­ción volcánica, y se libera una tremenda energía. Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato. Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya co­nocemos profundamente a esta persona, a un ni­vel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reserva­da para los miembros más íntimos de la familia. O incluso más profundamente. De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál será su reac­ción. Sentimos una seguridad y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas o meses.
Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No todo el mundo está preparado para percatarse al ins­tante. Hay que esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero tiene que ser paciente.
 Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a un alma gemela. Sus manos nos rozan o sus la­bios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbi­tamente.
El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo. O. puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos; llega a nosotros y nos besa de nue­vo para recordarnos que permaneceremos siem­pre juntos, hasta la eternidad.

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