domingo, 21 de noviembre de 2010

LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS 4

VIDA ANTES DE LA VIDA




LAZOS DE AMOR – BRIAN WEISS
cap- IV-
 
De modo que la idea de la reencarnación explica de forma muy reconfortante la rea­lidad, permitiendo con ello que el pensa­miento hindú venza aquellas dificultades que dejan paralizados a los pensadores eu­ropeos.
ALBERT SCHWEITZER

La primera vez que Elizabeth experimentó una regresión fue una semana después. No me costó provocarle un estado hipnótico mediante el rápido método de inducción cuyo objetivo es evitar los bloqueos y las barreras de la mente consciente.
La hipnosis es un estado de gran concentra­ción, pero el ego, la mente, tienen la capacidad de interferir en esta concentración con pensamien­tos perturbadores. Mediante la rápida técnica de inducción, logré que Elizabeth entrara en un es­tado de hipnosis profunda en un minuto.
Le había dado una cinta magnetofónica de re­lajación para que la escuchara durante la semana anterior al inicio de estas sesiones. La había gra­bado para ayudar a mis pacientes a practicar las técnicas de auto hipnosis. Me di cuenta de que cuanto más ensayaban en casa, más profundo era el estado al que llegaban en mi consulta. Esta cinta les ayuda a relajarse y muy a menudo tam­bién a dormirse.  
Cuando llegó a casa, Elizabeth intentó escu­charla, pero no conseguía relajarse. Estaba de­masiado ansiosa. ¿ Y si pasaba algo? Ella tenía miedo, porque estaba sola y nadie podría ayu­darla.
Su mente la "protegía» dejando que la inunda­ran pensamientos cotidianos para distraer así su atención de la cinta de relajación. El nerviosismo y los pensamientos le impedían concentrarse.
Cuando me explicó lo que le había pasado, decidí llevar a la práctica otro método de hipno­sis más rápido con el fin de superar los obstácu­los y temores que bloqueaban su mente.
El método más utilizado para provocar un trance hipnótico se llama «relajación progresi­va». En primer lugar hay que conseguir que el paciente respire lentamente. A continuación el terapeuta le suscita un estado de relajación indi­cándole con suavidad que distienda los músculos poco a poco. Después le pide que intente visuali­zar imágenes agradables y relajantes. Mediante técnicas como la de contar hacia atrás, el tera­peuta ayuda al paciente a llegar a un estado de re­lajación todavía más profundo.
En ese momento, el paciente está en un trance hipnótico entre ligero y moderado, y el terapeu­ta puede intensificado si lo desea. El proceso en­tero dura unos quince minutos.
Sin embargo, durante este cuarto de hora, es posible que la mente del paciente piense, analice o delibere en lugar de dejarse llevar por la suges­tión. En ese caso, se interrumpe el proceso hip­nótico,
Los contables y otras personas cuyas profe­siones les obligan a pensar de un modo lógico, li­neal y muy racional, suelen dejar que su mente interrumpa el proceso. Aunque estaba convenci­do de que Elizabeth podía llegar a un estado de hipnosis profundo fuera cual fuera la técnica que usara, decidí emplear un método más rápido pa­ra asegurarme.
Le indiqué que se sentara inclinada hacia de­lante, que no apartara la vista de mis ojos y que hiciera presión con la palma de su mano derecha sobre la mía. Yo estaba de pie frente a ella.
A medida que la palma de su mano presiona­ba la mía, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, empecé a hablarle. Sus ojos no se apartaban de los míos.
De repente, sin avisarla, retiré la mano de de­bajo de la suya. Su cuerpo, entonces sin apoyo alguno, se tambaleó hacia delante. En aquel pre­ciso momento, le dije en voz muy alta: «¡Duér­mete!»
Su cuerpo se desplomó al instante sobre el respaldo del sillón. Entró en un profundo trance hipnótico. Mientras su mente se concentraba en no perder el equilibrio del cuerpo, la orden que acababa de darle pasó directamente y sin interfe­rencia alguna a su subconsciente. Elizabeth en­tró en un estado de «sueño» consciente equiva­lente a la hipnosis.
-Puedes recordado todo, cada experiencia que hayas vivido -le dije.
Ahora ya podíamos emprender el viaje hacia atrás. Quería asegurarme de cuál de sus sentidos predominaba en sus recuerdos y le pedí que pen­sara en la última vez que había comido bien. Le indiqué que empleara todos sus sentidos al re­cordar comida. Elizabeth recordó el olor, el sa­bor, la imagen y la sensación de que la comida estaba recién hecha, y de este modo comprobé que era capaz de evocar recuerdos vívidos. Al parecer, el sentido que predominaba en su caso era la vista.
Seguidamente hice que se trasladara a la infan­cia para ver si recuperaba algún recuerdo placen­tero de sus primeros años en Minnesota. Sonrió como una niña pequeña, llena de satisfacción.
-Estoy en la cocina con mi madre. Parece muy joven. Yo también lo soy. Soy pequeña. Tengo unos cinco años. Hacemos pasteles... y galletas. Es divertido. Mi madre se siente feliz. Lo veo todo, el delantal, su pelo recogido. Me encanta cómo huele aquí.
-Pasa a otra habitación y dime lo que ves -le sugerí.
Entró en el salón. Empezó a describir un gran mueble de madera oscura. El suelo estaba des­gastado. También vio un retrato de su madre. Era una foto enmarcada que estaba sobre una mesa de madera oscura situada junto a un amplio y cómodo sillón.
-Es mi madre -continuó Elizabeth-. Es guapa... y tan joven    Lleva un collar de perlas.
Ella adora esas perlas. Sólo las lleva en ocasiones especiales. Su hermoso vestido blanco... su pelo oscuro... y sus ojos, tan brillantes y vivos.
-Bien -dije-. Me alegra que la recuerdes y que la veas con tanta nitidez.
El hecho de recordar una comida reciente o una escena de la infancia ayuda a consolidar la confianza del paciente en su capacidad para evo­car recuerdos. A Elizabeth, estos recuerdos le de­muestran que la hipnosis funciona y que no es un proceso peligroso, sino que puede ser incluso pla­centero. Los pacientes descubren que los recuer­dos que evocan suelen ser más vívidos y detalla­dos que los que surgen de la mente consciente.
Nada más abandonar el estado de trance, casi siempre recuerdan conscientemente lo que han evocado durante la hipnosis. Raras veces los pa­cientes experimentan un estado de trance de tal profundidad que después no recuerden nada. Aunque suelo grabar las sesiones de regresión pa­ra más seguridad y para poder recurrir a la cinta en caso necesario, la grabación sólo la utilizo yo. Los pacientes lo recuerdan todo perfectamente.
-Ahora vamos a ir todavía más lejos. No im­porta si lo que te viene a la mente es imaginación, fantasía, metáfora, símbolo, un recuerdo real o cualquier combinación posible entre estos ele­mentos -le dije-. Dedícate sólo a experimen­tar. Intenta que tu mente no juzgue, ni critique ni comente lo que experimentes. Simplemente ví­velo. Lo único que tienes que hacer es experi­mentar. Puedes criticado y analizado todo des­pués. Pero por el momento déjate llevar y vive la experiencia.
»Vamos a retroceder hasta el útero, hasta tu período uterino, justo antes de que nazcas. Sea lo que fuere lo que irrumpa en tu mente, es bueno. Déjate llevar por esta experiencia. Empecé a contar hacia atrás desde cinco hasta uno para que su estado hipnótico se hiciera más profundo.
Elizabeth se trasladó al útero materno. Sentía seguridad y calor, y el amor de su madre. De sus ojos cerrados brotaron dos lágrimas.
Recordó lo mucho que sus padres la querían, especialmente su madre. Eran lágrimas de felici­dad y nostalgia.
Evocó el amor con que se la recibió al nacer, y esto la hizo muy feliz.
La experiencia que vivió dentro del útero ma­terno no es una prueba fehaciente de que el re­cuerdo fuera preciso o completo. Pero las sensa­ciones y emociones que tuvo fueron tan intensas, poderosas y reales que hicieron que se sintiera mucho mejor.      ­
En una ocasión, una de mis pacientes recordó bajo hipnosis que había nacido con una hermana gemela que murió en el parto. Sin embargo, mi paciente no lo había sabido hasta entonces por­que sus padres nunca se lo habían dicho. Cuan­do ella les explicó la experiencia que tuvo du­rante la hipnosis, su,: padres le confirmaron la exactitud de su recuerdo. Efectivamente, había tenido una hermana gemela.
Por lo general, no obstante, los recuerdos del útero materno son difíciles, de verificar.
-¿ Estás preparada para ir todavía más lejos? -le pregunté, con la esperanza de que no se hu­biera asustado demasiado después de haber sen­tido aquellas emociones tan intensas.
-Sí -me contestó tranquilamente-. Estoy preparada.
-Perfecto -dije-. Ahora vamos a ver si puedes evocar algún recuerdo anterior a tu naci­miento, ya sea en un estado místico o espiritual, en otra dimensión o en una vida pasada. Sea lo que sea lo que irrumpa en tu mente, es bueno. No emitas juicios. No te preocupes. Sólo déjate llevar y vive el momento.
Conseguí que empezara a imaginar cómo en­traba en un ascensor y apretaba el botón mientras yo iniciaba la cuenta hacia atrás de cinco a uno. El ascensor retrocedía en el tiempo y viajaba a través del espacio, y la puerta se abrió en el momento en que yo pronuncié el número uno. Le indiqué que saliera y que se enfrentara a la persona, escena o experiencia que la aguardaba al otro lado de la puerta. Pero no sucedió lo que yo esperaba.
-Está todo muy oscuro -dijo con voz ate­rrorizada-. Me he caído del barco. Hace mucho frío. Es horrible.
-Si empiezas a sentirte incómoda -dije in­terrumpiéndola-, flota por encima de la escena y contémplala como si se tratara de una película. Pero si no te sientes mal, quédate ahí. Observa lo que ocurre. Vive los acontecimientos.
La experiencia la aterrorizó y empezó a flotar por encima de la escena. Se veía a sí misma como un adolescente. Después de haberse caído de un barco en mitad de una noche tormentosa, se ha­bía ahogado en esas oscuras aguas. De repente, la respiración de Elizabeth se tranquilizó conside­rablemente, y pareció recuperarse. Se había sepa­rado del cuerpo.
-He salido de este cuerpo -dijo con bas­tante naturalidad.
Todo esto había ocurrido con gran rapidez. Antes de que pudiera examinar aquella vida, ella ya había abandonado el cuerpo. Le pedí que re­cordara lo que acababa de experimentar y que me dijera lo que podía ver y entender al respecto.
-¿ Qué estabas haciendo en el barco? -le pregunté, intentando retroceder en el tiempo aunque ya hubiera salido de aquel cuerpo.
-Iba de viaje con mi padre -dijo-. De re­pente, estalló una tormenta. El barco empezó a llenarse de agua y a tambalearse. Las olas eran enormes y salí despedido por la borda.
-¿Qué ocurrió con los demás pasajeros? -le pregunté.
-No lo sé -dijo-, las olas me arrastraron por el barco hasta que caí al agua. No sé qué les pasó a los demás.
-¿Qué edad tenías aproximadamente cuan­do sucedió esto?
-No lo sé, alrededor de doce o trece años. Era un adolescente -respondió.
No parecía muy deseosa de darme más deta­lles. Había abandonado aquella vida muy rápi­do, tanto la vida en sí como el hecho de recordarla en mi consulta. Ya no podíamos obtener más datos. Siendo así, la desperté.

Una semana más tarde Elizabeth estaba me':' nos deprimida a pesar de que no le había receta­do antidepresivos para aliviar los síntomas de la aflicción y la depresión.
-Me siento más ligera, más libre, y ya no es­toy tan inquieta en la oscuridad -me dijo.
Nunca le había gustado la oscuridad y trataba de no salir sola de noche. En su casa siempre ha­bía alguna luz encendida. Sin embargo, la sema­na anterior había notado una mejoría en este sín­toma. Yo no lo sabía, pero tampoco le gustaba nadar, porque le producía angustia. Me explicó que aquella semana se había pasado horas en la piscina y en el jacuzzi de la urbanización donde vivía.
Aunque eso no era lo que más la preocupaba, el progreso que había experimentado respecto a aquellos síntomas la reconfortó.
Muchos de nuestros temores se basan en el pasado, y no en el futuro. A menudo, lo que más miedo nos da son hechos que nos han ocurrido en la infancia o en una vida pasada. Como los he­mos olvidado o sólo los recordamos muy vaga­mente, tenemos miedo de que esos hechos trau­máticos tengan lugar en el futuro.
Aun así, Elizabeth se sentía triste porque sólo habíamos encontrado a su madre en un remoto recuerdo de la infancia. La búsqueda debía con­tinuar.
La historia de Elizabeth es fascinante. La de Pedro también. Pero sus casos no son los únicos. Muchos de mis pacientes padecen una profunda aflicción, miedos y fobias, y su vida amorosa es un fracaso. Muchos de ellos encuentran a su amor perdido en otro tiempo y otro lugar. Mu­chos otros consiguen aliviar su dolor recordan­do vidas pasadas y experimentando estados espi­rituales.
Algunas de las personas que se han sometido a la terapia de regresión son famosas. Otras son gente corriente con un pasado apasionante. Sus experiencias son un reflejo de los temas univer­sales expresados en el revelador viaje de Pedro y Elizabeth a medida que se aproximaban a la en­crucijada de sus destinos.
Todos seguimos el mismo camino.
En noviembre de 1992 viajé a Nueva York con el fin de someter a una terapia de regresión a Joan Rivers, para su programa de televisión. Ha­bíamos quedado en que grabaríamos la sesión en la habitación de un hotel unos días antes de que se retransmitiera el  programa en directo. Joan llegó tarde porque el periodista de radio Ho­ward Stern, su invitado especial en el  programa de aquel día, la había entretenido. Joan, que ve­nía del plató, no estaba demasiado relajada. To­davía llevaba el maquillaje que le habían hecho para el programa, iba enjoyada y lucía un jersey rojo muy bonito.
Antes de iniciar la sesión, me contó que últi­mamente estaba muy afligida por la muerte de su madre y de su marido. Se sentó en un sillón de felpa estampado de color beige. Estaba tensa. Las cámaras empezaron a grabar lo que iba ser una escena extraordinaria.
Joan se arrellanó en el sillón y dejó que su mentón reposara ligeramente sobre la palma de su mano. Su respiración se tranquilizó y entró en un estado de hipnosis profunda. «El trance que alcancé era muy intenso», afirmó más tarde. Iniciamos la regresión, el viaje hacia el pasa­do. Su primera parada se produjo a la edad de cuatro años. Recordaba un día muy agobiante en su casa porque su abuela había venido a visitar­les. Joan la veía con una claridad total.
-Llevo un vestido a cuadros, calcetines blan­cos y unas sandalias Mary  Jane.
Continuamos indagando en un pasado más remoto. Era 1835 y Joan vivía en Inglaterra. Per­tenecía a la nobleza.
-Tengo el pelo muy oscuro. Soy alta y del­gada -dijo.
Tenía tres hijos.
-Veo con mucha claridad que uno de ellos es mi madre -añadió.
-¿Cómo sabes que es ella? -le pregunté.
-Simplemente lo sé. Es ella -contestó con firmeza.
No reconoció a su marido, al igual que ella al­to y delgado, como una persona presente en su vida actual.
-Lleva un sombrero de copa de piel de castor -dijo, concentrada-. Va bien vestido. Estamos paseando por un gran parque lleno de jardines.
Joan empezó a llorar y dijo que quería aban­donar aquella vida. Uno de sus hijos se estaba muriendo.
-¡Es ella! -dijo sollozando, refiriéndose a la hija a la que había reconocido como su madre en la vida actual-. ¡Qué desgracia! ¡Es terrible­mente triste! -añadió.
Nos adentramos todavía más en sus vidas pa­sadas hasta remontamos al siglo XVIII.
-Es el año mil setecientos y algo... Soy un hombre. Soy granjero -dijo sorprendida por el cambio de sexo.
Esta vida parecía más dichosa. -Soy muy buen granjero porque amo la tie­rra profundamente -explicó.
Joan, en su vida actual, adora trabajar en su jardín, la relaja y con esa actividad descansa de su estresante vida profesional en la televisión.
La desperté con suavidad. Su aflicción ya ha­bía empezado a aliviarse. Descubrió que su ama­da madre, que en 1835 fue su hija pequeña en In­glaterra, había sido una de sus almas gemelas a través de los siglos. Aunque ahora estaban otra vez separadas, Joan sabía que volverían a reunir­se, en otro tiempo y en otro lugar.
Elizabeth, que no sabía nada de la experiencia de Joan, vino a verme buscando una cura similar. ¿ Encontraría ella también a su querida madre?
Mientras tanto, en la misma consulta y en el mismo sillón, separado de Elizabeth por el insig­nificante lapso de tres días, otro drama se estaba desarrollando.
Pedro sufría mucho. Su vida era un valle de lágrimas, de secretos sin compartir y de deseos ocultos. El momento del encuentro más signifi­cativo de toda su vida se iba acercando, silencio­samente pero con rapidez. .

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